martes, 13 de diciembre de 2011

Agujeros de gusano


Nuestro protagonista y su compañero entraron en un agujero negro. De pronto el Universo se curvó y todo empezó a dar vueltas y vueltas. Al principio los giros eran rítmicos y llevaderos, pero pronto se convirtieron en una espiral vertiginosa imposible de parar. Nuestro amigo era incapaz de distinguir qué era arriba y qué abajo –si es que alguna vez hubo un arriba y abajo– e intentó buscar a su compañero sin éxito.
De repente todo se volvió blanco y el movimiento empezó a aminorar. Miró a su alrededor; no había rastro de su compañero. En su lugar, decenas de entes que no había visto jamás se apelotonaban a su alrededor mutando de color para adaptarse al suyo, como lo harían los camaleones.
Había aterrizado en otra galaxia, lejos de su hogar y, sobre todo, lejos de su compañero. Sin él, su existencia no tenía sentido. Estaba condenado.

Cuando Luis abrió la lavadora y encontró que toda su ropa estaba rosa, por casi le dio un infarto. Al fondo encontró al culpable: un minúsculo calcetín, colorado como un tomate, que a todas luces no encajaba en su pie. ¿Cómo habría llegado aquella prenda hasta allí?

En la galaxia de origen, otro calcetín rojo, desparejado, lloraba la pérdida de su compañero. ¿Dónde van a parar los calcetines que no vuelven?

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