Nuestro protagonista y su compañero
entraron en un agujero negro. De pronto el Universo se curvó y todo
empezó a dar vueltas y vueltas. Al principio los giros eran rítmicos
y llevaderos, pero pronto se convirtieron en una espiral vertiginosa
imposible de parar. Nuestro amigo era incapaz de distinguir qué era
arriba y qué abajo –si es que alguna vez hubo un arriba y abajo–
e intentó buscar a su compañero sin éxito.
De repente todo se volvió blanco y el
movimiento empezó a aminorar. Miró a su alrededor; no había rastro
de su compañero. En su lugar, decenas de entes que no había visto
jamás se apelotonaban a su alrededor mutando de color para adaptarse
al suyo, como lo harían los camaleones.
Había aterrizado en otra galaxia, lejos de su hogar y, sobre todo,
lejos de su compañero. Sin él, su existencia no tenía sentido.
Estaba condenado.
Cuando Luis abrió la lavadora y encontró que toda su ropa estaba
rosa, por casi le dio un infarto. Al fondo encontró al culpable: un
minúsculo calcetín, colorado como un tomate, que a todas luces no
encajaba en su pie. ¿Cómo habría llegado aquella prenda hasta
allí?
En la galaxia de origen, otro calcetín rojo, desparejado, lloraba la
pérdida de su compañero. ¿Dónde van a parar los calcetines que no
vuelven?
Original, fresco y vibrante... simplemente genial!
ResponderEliminarSimplemente genial. Corto pero intenso. Un besazo ;)
ResponderEliminar¡Me ha encantado!
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